Ana Philibert
Crania
Actualizado: 12 sept 2021
Cuando mi hermano me invitó a un proyecto en Baja California, no tenía idea de lo que me esperaba. Sólo sabía que viviría en un campamento en medio de la nada, con más personas que habían dicho que sí a la aventura.

Tomé un vuelo que me llevó a una realidad alterna, a una experiencia que se convirtió en una de las mejores de mi vida. Llegué a Crania sin saber que me enamoraría del lugar y que este grupo de personas con diferentes historias, nacionalidades y personalidades se convertirían en mi familia. Fue como llegar a una casa que no sabía que existía.
Todo empezó cuando un grupo de creativos y un poco locos, coincidimos para construir un proyecto que empezó de la nada. En medio de grúas y naturaleza, Crania fue tomando forma gracias la combinación de talentos: arquitectos, diseñadores, fotógrafos, chefs, músicos, productores y visionarios. Todos creímos en el proyecto y nos atrevimos a “subirnos” a él, como a un barco que nos llevaría a vivir a un mundo paralelo.

Viví casi tres meses en Crania y ningún día era igual, todos sucedían de forma inesperada. Si lograba despertarme temprano, el día empezaba con un amanecer de colores y un chapuzón en el mar.
Otras veces iba directo en pijama al desayuno, que siempre empezaba con abrazos mañaneros y un círculo alrededor de la mesa, tomados de las manos para agradecer. A veces las cosas más simples se vuelven las más significativas y esta costumbre se volvió de mis momentos favoritos del día.

Rara vez con un plan, el día transcurría entre tareas de la “casa” y trabajo creativo o de “oficina”, cada quien en su rol pero siempre ayudándonos entre todos. Días de trabajo y tardes de convivencia, donde todos compartimos una parte de nosotros en actividades como fogata, círculo de mujeres, open mic, o clase de joyería o baile.

Llegaba el sábado con la adrenalina del evento. Después de días de planeación era el momento de vivirlo. Bañados y arreglados, nos preparábamos desde temprano para abrir las puertas, emocionados por lo que estaba por suceder.

Una selección de Dj’s talentosos nos movían cada fibra y ponían a todos a bailar, llevando la fiesta a niveles que he visto pocas veces. Una celebración del momento y de la vida.

Cada detalle formaba parte de la experiencia. Mi parte favorita: trabajar en equipo y entre todos hacerlo suceder.
El equipo se dividía en cocina, piso, barra y caja; yo estaba en la caja. Ahí, entre órdenes y comandas, me tocaba ser testigo de la magia que sucedía en la cocina y a veces probar las delicias que preparaban los chefs.
Los domingos eran de descanso y nuestra tradición familiar favorita: pasar todo el día en la playa con nada más que un toldo. Todo el día para nosotros, una playa virgen, el mar y un espectáculo de ballenas saltando a lo lejos. Abajo de ese toldo, a lado de muchas de mis personas favoritas, tuve los mejores días.

De estos meses me llevo muchos recuerdos y experiencias increíbles. Momentos, aprendizajes y amistades que se quedan en mí. Pero sobre todo me llevo la experiencia de vivir en comunidad y compartir tanto. De pertenecer siendo cada quien quién es, conectando con su propia magia para compartirla. De co-crear con muchas mentes y diferentes talentos, expresando nuestra creatividad en este lienzo de posibilidades infinitas. De trabajar en equipo y de siempre cuidarnos entre todos.

Aprendí a vivir en comunidad, a compartir con otras 15 personas y a ser feliz viviendo en un “tent” en medio de la nada. Aprendí que puedes hacer familia en muy poco tiempo, que la creatividad se alimenta de la energía colectiva, que la fiesta puede empezar a las 7 de la mañana y que las caídas pueden ser divertidas.
Quién hubiera dicho que una cocina podía estar tan llena de recuerdos y que escucharíamos tantas historias de vida alrededor del fuego. Que a veces lo único que necesitas son muchos abrazos de buenos días o un buen baile preparando la comida. Que llegaríamos a ser tan cercanos y que nos llevaríamos a este lugar para siempre en nosotros.
Que decir que SÍ puede llevarte a lugares inesperados y a encontrarte con personas que te sorprenden. Que estos lugares y personas pronto se convierten en tus favoritos y le dan un giro a tu vida. Gracias Crania por ser ese lugar. Gracias cranianos por ser esas personas.

Gracias Mariana Arrieta por tus fotos que cuentan esta historia mejor que las palabras.