Ana Philibert
El Silencio
Actualizado: 24 ago 2021
¿Has escuchado el silencio entre ola y ola? Ese espacio, a veces imperceptible, que sucede cuando una ola rompe y la otra todavía no empieza. Ese momento, como muchos otros, que sólo puede ser percibido en silencio.

Llevo un mes viviendo a lado del mar. Un mar cambiante, con tardes de marea baja y noches de olas fuertes que rompen a lado de mi ventana y no me dejan dormir. El constante sonido de las olas—y el espacio de silencio entre ellas—me ancla al presente y me recuerda dónde estoy. Llegué a Uluwatu en medio de un lockdown, que se convirtió en un mes de mucha quietud y momentos largos de silencio. Estar sola en un nuevo lugar, me mostró nuevos matices de soledad y me hizo querer profundizar en mí, por lo que decidí hacer un “retiro de silencio” de tres días.
“El silencio es esencial. Necesitamos silencio tanto como necesitamos aire, tanto como las plantas necesitan luz. Si nuestras mentes están llenas de palabras y pensamientos, no hay espacio para nosotros.” - Thich Nhat Hanh

El año pasado hice un retiro en un centro de yoga en Oaxaca, con largas horas de meditación, clases de yoga y otras treinta personas. Esta vez soy sólo yo con el mar. No tengo horarios ni reglas estrictas, sólo pautas básicas como no teléfono, no leer, no música y no hablar. Lo único que puedo es escribir, así que escribo mucho. Quiero hacerme preguntas profundas y responderme con total honestidad.
También quiero practicar más meditación y tener muchos momentos de presencia consciente durante el día. Como no tengo meditaciones guiadas o un tiempo establecido, decido que mínimo voy a meditar lo que dure un incienso prendido; una vez en la mañana y otra vez después del atardecer. A veces con los ojos cerrados y a veces abiertos, haciendo el humo del incienso o el sonido de las olas mi objeto de meditación.

Día 1
Hoy estreno el silencio. Medito más y me distraigo menos. Por lo menos me doy cuenta cuando mi mente empieza a divagar. Estoy más presente y disfruto más.
Paso la tarde en la playa casi completamente sola. La marea baja hace charquitos en el mar y me quedo ahí sentada por horas. También escribo un rato y pinto mandalas con acuarela, mi nueva forma favorita de meditación. Me hago varias preguntas y dejo que las respuestas fluyan en las hojas de mi cuaderno.

Día 2
Despierto cansada y descubro que los changos asaltaron la alacena de nuevo, dejando un desastre, lo que me pone de mal humor. No es la primera vez que un “ataque” de changos me pone el sistema nervioso loco. Van varias veces que se roban mis cosas o que rompen cosas en la cocina. Pero es la primera vez que puedo observarlo desde otra perspectiva; qué gran metáfora con mi mente. En muchas filosofías espirituales, se compara a la mente con un changuito inquieto que va de un lado a otro. En este caso, no solo es metáfora y no solo es un chango. Pero así es la mente, a veces llegan todos los pensamientos, como changos al ataque, a estresarnos o por lo menos distraernos.
Hoy es más difícil meditar. Mi mente está más distraída y aunque no tiene estímulos externos, mantiene un dialogo interno continuo, a veces sin sentido. Al sentir que tiene espacio para pensar, me avienta toda clase de recuerdos, pendientes y planes. Trenes de pensamiento que me llevan lejos del momento. Cuando me doy cuenta, regreso a la respiración, una y otra vez. El incienso de hoy se me hace eterno.

Bajo a la playa a medio día y paso horas observando todo mucho más de lo normal, poniendo más atención a los detalles; a los cangrejos sacando arena, el movimiento de las nubes o el reflejo de la luz en el agua.
Descubro “pedacitos de magia” que se forman por la luz en las burbujas que flotan en el mar. Este tipo de regalos te da el silencio; bajar el ritmo, observar más y poder ver la magia en las cosas pequeñas.
Después del atardecer, enciendo una pequeña fogata con leña que coleccioné durante el día y escucho como cruje, mientras veo el día desvanecerse con colores en el horizonte.

Día 3
Hoy justo antes de sentarme a meditar, apareció un chango afuera de mi cuarto y antes de reaccionar como normalmente lo hago (el otro día uno saltó a mi ventana y pegué un grito que hasta la vecina subió a ver si estaba bien), sólo respiré y lo observé, hasta que se fue. Tal vez de algo sirvieron estos días.
Es mi último día de silencio y lo disfruto. Sigo atenta a los detalles y practicando la presencia, sigo haciéndome preguntas y escribiendo las respuestas. Tengo más claridad que antes, sin haber recibido ninguna respuesta o “insight” fuera de lo común, más que confirmar el gran regalo que es el silencio.

En estos días descubrí que en silencio puedo “vivir más fuerte”, con más nitidez. Que en silencio estoy más completa en el momento; con mi cuerpo, mente y espíritu presenciando todo. Que puedo observar y disfrutar más. Que puedo estar más atenta al regalo que es la existencia.
“Todas las maravillas de la vida ya están aquí. Te están llamando. Si eres capaz de escucharlas podrás dejar de perseguir una cosa tras otra en busca de la felicidad. Lo que necesitas, lo que todos necesitamos, es el silencio. Aquieta tu mente para escuchar los sonidos maravillosos de la vida. Así podrás empezar a vivir plenamente tu vida de verdad”. - Thich Nhat Hanh

El silencio es delicioso, pero también es retador. Ahí no hay de otra más que ir adentro y enfrentarnos con lo que sea que esté. En el silencio es más difícil distraernos y puede ser incómodo, pero prefiero enfrentar esa incomodidad a olvidar estar presente en mi propia vida. Es fácil decirlo después de unos días así, pero no quiero olvidarlo, ni esperar a pasar otros tres días en silencio para integrarlo a mi vida, así que escribí unos recordatorios para mí, que dejo por aquí por si es algo que también quieres implementar.
Dedicar un tiempo en el día a estar en silencio. No tienen que ser tres días, podemos integrar el silencio consciente en nuestras vidas por unos minutos al día. Dejar todas las distracciones y entrar completamente en el momento, honrando lo que está pasando en el presente y en nuestro interior.
Respirar y observar. Aun en silencio, es fácil distraernos con nuestro constante dialogo interno. Respirar conscientemente, observando los detalles alrededor y las sensaciones que percibimos, nos recuerdan que estamos vivos y que estamos aquí.
Usar la naturaleza como objeto de meditación. Todo en la naturaleza está en constante movimiento, poner atención en el flujo de la vida y en la presencia de cada uno de los elementos, nos trae al presente y nos muestra que somos parte de todo lo que nos rodea.
Más vida, menos distracción. Saliendo del silencio pasé más tiempo de lo normal en el teléfono, conectada a las redes, desconectada de la realidad. Noté claramente que estuve más ansiosa y menos presente todo el día. Quiero vivir más conectada a la vida y menos al mundo digital. Usar el teléfono sólo a veces y respetar los límites de tiempo de las aplicaciones, pasar más tiempo en la vida real.
“¿Y aquí?” Muchas veces me descubro pensando en recuerdos o haciendo planes. Cuando me doy cuenta de que en realidad no estoy en el momento, le pregunto a mi mente “¿y aquí?”, dirigiendo la atención a lo que puedo percibir aquí y ahora, en lugar de contarme una historia del pasado o del futuro.